Son las 02.46. Debería estar durmiendo. Me estoy cayendo de sueño. Tengo tanto sueño que me comería un caballo. O algo así, nunca me entero de como acaban estas frases hechas. Estoy en Ávila, seguro que en la calle hace un frío de espanto. Pero yo estoy en mi mesa, en esa mesa donde se supone que he estudiado en mi vida. Hacía mucho que no pasaba mas de media hora sentado aquí.
Esta mañana, venía yo en el coche pensando que a partir de ahora me tengo que emborrachar antes de escribir en Cielo Vacío. Pero nada de tomarme un vino en bragas, como las tias buenas en las series de la tele. No, no. Me refiero a cogerme un ciego de la hostia y ponerme a escribir lo que salga. Es posible que asi salga de esta inercia tan tonta que me lleva a pasarme ratos enormes sentado delante del PC sin nada que contar. Si Bukowski pudo conseguirlo, ¿por qué no yo? Soy tan borracho y vicioso como el que más.
Al final va a acabar resultando que nuestra generación tampoco tenía mucho que decir. Como las demás. Pongamos todas las esperanzas en nuestros hijos, en la tele o en las columnas de los periódicos de buena voluntad. No digo que uno vaya a encontrar verdades fundamentales ocultas como señas en el camino en ellas, pero por lo menos huelen a profesionalidad y eficacia. Que no es poco. Ni mucho, bien pensado.
He leído hoy que hay un modelo de móvil que se llama Mandarina Duck. Resulta tan ridiculo que hasta mola. ¿Quién nos habría predicho esto hace 20 años?
Lo único bueno de no ser nativo digital es esta sensación de Robinson Crusoe. Y hoy es Viernes. 13.
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