Sobre la tesis de que es perfectamente posible ser un monstruo y sin embargo aparecer como uno mas de la maraña de felices sonreidores que constituye nuestra sombría sociedad, los productores de Dexter han montado un producto fascinante. Construido alrededor de un personaje enorme, extraordinariamente actuado por Michael C. Hall (quien ya cortaba el aliento en A Dos Metros Bajo Tierra), Dexter cuenta las idas y venidas de un monstruo incapaz de comprender los sentimientos humanos comunes. No siente amor, no siente odio. Simplemente, sed de sangre, necesidad de matar. Él mismo lo dice, solo se siente bien rodeado de sangre. Sin embargo, se nos aparece como alguien integrado con una relación de pareja algo traumática pero que funciona, con amigos que le adoran ante su sorpresa y con un extraordinario personaje de esa hermana tan perdida e insegura bajo su imagen de mujer fuerte como lo estamos todos.
Me gusta Dexter porque es triste. Me gusta Dexter por la melancolía que desprende, por su crítica de una sociedad enferma, por su sangre y su oscuridad. A mi nunca me han interesado los asesinos en serie, no compro esas historias. Pero Dexter es otra cosa. Uno puede entenderle, a veces quieres abrazarle. Sus modales tranquilos, su mirada intrigada. Todos los detalles te llevan a quererle. Y tu tampoco puedes comprender por qué. Pero le quieres.
Dentro de Dexter hay una tremenda historia de soledad y de sorpresa. La soledad y la sorpresa que causa un mundo incomprensible. La sangre no es mas que la excusa. Un tratado sobre la vida.
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