Tras colgar el teléfono, sabía perfectamente que de una u otra manera, acabaría yendo a su casa. Soy de natural perezoso y además me cuesta coger el coche, así que me debatí durante un rato entre la apatía y la curiosidad que me embargaba antes de resolver finalmente vestirme con una camisa limpia y unos vaqueros que olían a suavizante.
Era una tarde calurosa de verano. Había pasado casi todo el día tumbado a la sombra en la piscina, leyendo y fumando en silencio. Casi ningún vecino alteraba la paz reinante y pude meditar tranquilamente sobre lo que me convenía mas. En aquella época tenía 34 años y mi vida estaba en una especie de parada. No sentía que estuviese caminando hacia ningún sitio, pero tampoco me inquietaba demasiado al respecto. Sin embargo, en algunas ocasiones durante mis cotidianos paseos por el barrio, me planteaba si no sería conveniente levantar el vuelo otra vez y reconstruir mi vida en otra ciudad y con otras caras. En cualquier caso, ninguno de aquellos largos debates conmigo mismo eran fructíferos y ya había llegado un momento donde me limitaba a fantasear con la idea de desaparecer. No creo que nunca tuviese la intención de verdad de hacerlo.
Las calles de Madrid estaban prácticamente vacías aquella tarde. En ese tipo de domingos la mayoría de los madrileños escapan del calor con dirección a alguna montaña o playa remotas. A mi en cambio me gustaba quedarme en la ciudad todos esos fines de semana, sintiéndome muy solo, pero también moderadamente feliz.
Al llegar a su casa no me costó demasiado encontrar donde dejar el coche. Cuando me dirigía hacia su casa, una mujer de unos 50 años me pidió un cigarro. Mientras sacaba uno del bolsillo creo que hablamos de las típicas obviedades, el calor, lo vacío de la ciudad y el verano. Lo de siempre. Odio las conversaciones intrascendentes.
Llamé a su puerta y ella me recibió también en vaqueros y camiseta. Estaba guapa. R era una de esas chicas que sin ser precisamente bellas, desprenden una sensación de elegancia y seguridad en si mismas. Muchos de mis amigos habían estado enamorados de ella en uno u otro momento, pero ninguno de ellos había conseguido nada de ella, mas allá de unas frases amables y quizá algún beso robado. Para ser sincero, todos pensábamos que R tenía algún tipo de relación complicada con una tercera persona que ninguno conocíamos. Ni siquiera sus amigas mas íntimas sabían lo mas mínimo de su vida sentimental, si es que tenía alguna. Así que con el tiempo, especular sobre sus amoríos se había convertido en una especie de juego entre todos, que nos inventábamos alocadas historias sobre su supuesta disipada vida sexual. Creo que ella sabía perfectamente que nos dedicábamos con cierto placer a levantar bulos al respecto, pero dudo que le importase lo mas mínimo. No era una de esas personas.
- Llegas tarde - me dijo- siempre llegas tarde a todas partes.
-Hola R, perdona, hace muchísimo calor y la verdad es que no estaba muy decidido a venir.
Yo estaba acostumbrado a sus constantes reproches sobre mi inconstancia, sobre mis inseguridades y en general sobre cualquier cosa que me pudiese echar en cara. Nunca era brusca conmigo, pero tampoco perdía oportunidades para poder reprocharme alguna de mis multiples imperfecciones.
Estuvimos hablando un poco sobre el concierto del viernes anterior. Un estúpido grupo de garage nos había machacado a todos durante hora y cuarto con un racaraca infernal que acabó por hartarnos, cansarnos y darnos sueño, a pesar del volumen atronador.
Tras eso, pasamos a su habitación. Apenas había estado allí un par de veces y siempre me llamaba la atención el desorden que tenía allí. Ropa interior usada por el suelo, revistas, libros, discos, etc. Era como si fuese la habitación de otra persona, pues nada en R hacía presagiar que sería tan desordenada. Parecía como si todo lo correcta y distante que era en persona necesitase de un poco de desorden en su vida y aquella habitación era testigo de semejante necesidad.
Estuvimos mucho tiempo callados, mientras ella envolvía en papel de estraza algo que no alcancé a ver. Después, casi sin una palabra me entrego el paquete y sin decir nada me besó en los labios. No fue un beso pasional ni emocionante. Me sentí como si de alguna manera me hubiese puesto un sello o algo así. De nuevo, sin decir nada, me dirigí a la salida. Nos despedimos con apretón en las manos, no formal, como una especie de complicidad.
Han pasado ya casi siete años de aquello. Al poco tiempo, R decidió desparecer de nuestras vidas. Simplemente ya no estaba en los sitios de siempre y cuando J pasó por su casa a ver que había sido de ella, resultó que se había mudado. Nunca supimos si simplemente vivía en cualquier otro punto de la ciudad o quizá había decidido dirigir sus pasos a cualquier otro pueblo del mundo. De hecho, ni siquiera sabemos si está viva o muerta. Durante un tiempo hicimos lo posible por localizarla, pero todos nuestros esfuerzos resultaron completamente infructuosos. Transcurridos unos meses, simplemente asumimos que no deseaba que la encontrásemos y dejamos de buscar. A veces todos fantaseamos con que algún día se volverá a dejar caer por uno de los sitios de siempre, sin previo aviso. Yo no creo que vaya a ser así. Simplemente, ya no estamos en su vida ni ella en la nuestra. No tiene ningún sentido que reaparezca. Las cosas no son así, y menos con ella.
Respecto del paquete que me entregó aquel día en su casa, nunca supe que deseaba que hiciese con él. Al llegar a casa lo dejé en uno de mis cajones y allí sigue. Sin desenvolver y lleno de polvo. He tenido muchas veces tentaciones de abrirlo y mirar, pero al final siempre acabo por dejarlo estar. Me da miedo lo que pueda encontrar dentro. Me imagino que un buen día acabaré por enterarme de qué contiene, pero de momento la curiosidad no ha sido lo suficiente. El tiempo dirá en qué acaba todo esto.
Respecto a mi, sigo enamorado de ella. No sufro por su ausencia. He aprendido que no hay nada mas fácil que estar enamorado de alguien que no está nunca. Simplemente has de seguir viviendo y procurar que nada empañe tus recuerdos. A veces las memorias son el tesoro mas preciado.
Así fue.
Cielo Vacio
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