Todas las noches encuentras algo que hacer, cines, conciertos, paseos, cañas. Todo vale para no estar en casa. Cuanto menos tiempo pases a solas y sentado, mejor para ti. El trabajo, antes tan rutinario y aburrido, de repente se transforma en algo a lo que dedicas muchísimas energías. Y no te importa: todo sea para no pensar.
Una noche cualquiera, al regreso de cualquier sitio en la madrugada, te despiertas en el Metro. Te has quedado dormido, agotado de la actividad incesante. Y has tenido sueños extraños. Los escasos viajeros a esas horas te miran con cara de pocos amigos. Estás agotado.
Y entonces, te ves reflejado en el cristal del vagón.
Y eso duele.
2 comentarios:
<span>eso y el espejo del ascensor... otro de los momentos dolorosos donde los haya...</span>
<span>me ha gustado el post... no por lo que dices, mas bien por el como... y porque reconozco la sensación...</span>
<span>un saludo!</span>
<span>Al menos tu puedes ver tus reflejos aunque te duela , no duele tanto cuando ves un espejo y que no encuentres tu rostro porque perteneces a la raza vampiresca invisible, las que no se habla de ellos y cuando lo harán , lo harán muy mal.</span>
<span>En fin, eres un privilegiado .</span>
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