lunes, 26 de diciembre de 2011

Teorías de la Destrucción

"Si no te quisiera tanto, hace meses que ya no viviría en esta ciudad".

Me lo dijo así, tan de repente, que simplemente no supe que contestar. La frase tenía forma de afirmación, pero aires de acusación. Es cierto que teníamos una buena amistad y que habíamos compartido algunos momentos de extraordinaria intimidad, casi pasional, siempre apaciguados por lo tranquilo de nuestros respectivos caracteres y por una especie de pavor a abrirse a otro. Llámalo miedo si quieres, por una u otra razón, no supimos prolongar esos momentos en algo mas duradero, pero quizá menos auténtico.

Por aquel entonces, yo llevaba ya siete años embarcado en un trabajo rutinario que me dejaba casi todas las horas del día libres para pensar en "mis cosas". Al principio, "mis cosas" eran asuntos trascendentes (o eso me parecía a mi): sentimientos nunca explorados, investigaciones a medio hacer, pequeñas canciones que nunca explotaban, etc. Pero con el paso de los meses y mi subsiguiente transformación en un adulto aburrido y formal, "mis cosas" se habían transformado en una eterna retahíla de tareas por terminar y poco mas. Mi vida transcurría entre la abulia laboral y las noches de cerveza y música. Tumbado en mi cuarto me obsesionaba por el mas allá de esos discos que nunca lograba apresar: ¿qué había sentido toda esa gente cuando componían y grababan esos torrentes de sentimientos en temas de dos minutos y medio?

Perdí su compañía al poco tiempo de que pronunciase la famosa frase. Desapareció en un mañana de primavera fría y nublada. Ni siquiera se dignó a venir a despedirse. Podría ser que le diera miedo y en el último momento decidiera salir de allí sin mirarme por última vez. Pero el caso es que se marchó para siempre. 

Mi vida no cambió sustancialmente en ese momento, pero un montón de pequeñas cosas se trastocaron. Empecé a fumar de nuevo, bebía mas cerveza por las noches que nunca y mis días eran solo continuaciones ensimismadas de las noches de insomnio. Supongo que no puedo decir que fuese infeliz, pues quien nada siente no puede echar nada de menos.

A los siete meses tuve una única carta, breve y concisa como solo ella podía concebir. En un sobre de papel marrón unas pocas líneas: "Querido M: Estoy muy lejos y se que no he de volver nunca mas. Solo quiero decirte que no te quería tanto. Simplemente me ahogaba de ti. Cuidate."

¿Me ahogaba de ti? ¿Qué diablos había querido decir con eso? Ella nunca fue muy explícita con sus cosas y yo raramente preguntaba cuando me decía ese tipo de frases, asi que nos habíamos instalado en una fluida incomunicación que nos hacía infelices a los dos. Y no nos importaba en lo mas mínimo. Simplemente sucedía.

Pasaron algunos meses mas. Sentía que en algún momento pasaría algo, que se iba a presentar de repente o algo así. No sabía precisar como ni cuando, pero tenía la fuerte intuición de que sucedería algun hecho imprevisto. Una mañana entré en una cafetería a la que no solía acudir y distraidamente cogí el periódico. En aquel momento no me interesaba demasiado nada de lo que me pudiera contar un noticiario, asi que simplemente echaba una mirada a las fotos y poco mas. Fue por ese periódico que leía por maldita casualidad que supe lo que había sido de ella y quien había sido. Apenas podía creerlo.

Intenté escribir una canción sobre ello al día siguiente, pero nunca fui capaz de terminarla. Quizá no debía, quizá no podía. Pero la maldita canción no salió y al tercer o cuarto día la dejé por imposible. Demasiado se que si no sale en los primeros 15 minutos, no lo hará nunca.

Y nunca volví a tocar la guitarra.

martes, 6 de diciembre de 2011

Phil Spector Que Estás En Los Infiernos

Es de noche una vez mas. Como siempre. Me siento delante de mi vieja mesa y me fumo un cigarro mas, el enésimo en lo que va de día. Suena una vieja canción de Gene Pitney, salida de la noche de los tiempos, aquellos días en los que no importaba solo el qué: también importaba el como.

Como un ovillo, como una vida, como la lluvia que cae por la noche donde ninguno podemos escucharla, la música se desenreda, se extiende, se encoge, se sublima, se retuerce y emerge. Y yo sentado en mi sillón, tantos años después pienso en lo perdido y en lo ganado. En los tiempos grises, en la calle llena de horas desperdiciadas, en los libros que compré y nunca leeré. Pienso en lo que está por venir y en lo que no ha de volver.

Tengo casi 40 años y creo que nunca seré capaz de crecer ni de creer del todo. Pero no importa demasiado, porque son casi las once de la noche y no he cenado.

Y es entonces cuando empieza a importar de nuevo y solo el ahora. Ahora, ahora, ahora. El ahora que me lleva, me aterra y me mece en sus brazos. El ahora de muchos días.

Y como hace ya mas de un año, todo está en silencio en el mundo.
Una vez mas.