miércoles, 19 de marzo de 2008

Después del final (I)

....es posible que espereis un final feliz, pero lamento defraudaros: la vida siguió transcurriendo de forma muy similar a como lo había hecho hasta entonces. Naturalmente, todos los problemas relacionados con la enfermedad desparecieron sin dejar rastro y comencé a sentirme bien de nuevo. Incluso pude volver a hacer ejercicio. Incluso adopté rutinas que antes jamás había tenido: salía a correr regularmente, comía de forma bastante mas sana y en general evitaba pensar en las cosas que me hacían sentir mal.

Fuente de Color


Jamás pensé en volver a trabajar: después de una experiencia como aquella, cada minuto de mi vida me parecía demasiado valioso como para desperdiciarlo en un trabajo regular. A lo largo de mi enfermedad había escrito unos cuantos relatos cortos que conseguí se publicasen en algunas revistas. No habría bastado con ese dinero que gané para sobrevivir, pero me las apañé para que algunas de ellas me pidiesen colaboraciones periódicas que me pagaban bastante bien y me servían para cubrir las pocas necesidades que tenía.

Un buen día, me llamó mi editor, un hombre enjuto y serio, incapaz de apreciar nada remotamente parecido al humor y me propusó escribir un libro de viajes. La cosa consistía basicamente en hacer un viaje cruzando todo el país, un itinirario largo y detallado, dedicando tiempo suficiente como para que surgiesen las anécdotas necesarias que según él yo contaría tan bien. Por aquel entonces, yo me sentía a gusto donde vivía, y no me acuciaba la necesidad de desparecer una vez mas de allí durante algunos meses sin siquiera saber a donde dirigirme. Pero por algún extraño mecanismo dentro de mi, decidí aceptar. Al fin y al cabo, lo que iba a suceder es que me pagarían unas vacaciones largas. Ya vería después que hacer cuando llegase el momento de escribir el libro. Mientras tanto pensaba disfrutar de los días en la carretera y simplemente ir de un sitio a otro sin un rumbo fijo.

Finalmente, partí de casa una hermosa mañana de primavera. Había alquilado un coche rojo (por alguna extraña razón me parecía indispensable que el coche que me llevase a aquella aventura fuese rojo) y metido algo de ropa en una maleta. Pensaba que todo lo demás ya lo podría conseguir por ahí y recordaba que había leido por algún sitio que solo es feliz el que viaja ligero de equipaje.

Recuerdo que al doblar la esquina de mi calle, me sentí extraño. Por el retrovisor vi a algunos de mis vecinos apresurandose hacia sus ocupaciones diarias. Yo era el único de ellos cuya ocupación diaria era no tener ocupación diaria. Muchos se habrían cambiado gustosos por mi, que duda cabe. Y sin embargo, dentro de mi, tenía una sensación de inquietud que desde los viejos tiempos de mi enfermedad no había sentido.

En cualquier caso, sin darle mas vueltas, emboqué la calle principal del pueblo y desaparecí de allí.

Para siempre.

suena: The Zombies - Sitting In The Park

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