Bruce Springsteen siempre camina entre la sencillez y el exceso. Ya lo he comentado en varias ocasiones, funambulista que a veces pone un pie en el arte y a veces cae en lo exageradamente comercial, llevado de los deseos de un público dividido entre seguidores veteranos de su música (los menos) que le piden intensidad, rabia y magia y otros mas recientes (los mas) que prefieren espectáculo, pasión desbordada (por mas que no sea una impostura en demasiadas ocasiones), cánticos comunitarios y despliegue físico.
Esa, ni mas ni menos, es la gran desgracia que acosa al músico americano desde hace al menos 25 años: complacer al sector mas musical de su audiencia o a los otros muchos miles de personas que también pagan entrada y que poco conocen mas allá de los hits 80's del "Jefe". El resultado final es un sofrito extraño, donde canciones tan rotundas y emocionantes como Incident on 57th Street, Spirits in The Night, Sandy o Backstreets se desnaturalizan en enormes y cavernosos recintos, consiguiendo en cualquier caso emocionar (pura magia dadas las circunstancias), conviven con temas muchisimo mas flojos (Dancing In The Dark, Lonesome Day, I'm Going Down, celebradísima esta última) que permiten al público mas heterodoxo salir con la sensación de haber visto algo mítico.
Recuerdo mi sentimiento de desolación cuando en medio de una espeluznante Incident en Donosti me di cuenta de que ni siquiera un 5% de la gente sabía que es lo que estaba sonando. En España se presume de fanatismo brucero: si, podemos presumir de ser los que mas cantan, los que mas saltan, los que mas gritan, los que mas adoran....y, sin embargo, también de ser los que menos escuchan. Todo tiene que ser pasión y fiesta. Añade al coctel unos estadios ENORMES, desoladores y te encuentras con una gira extraña, donde emocionarse es casi imposible pues no hay cercanía ninguna, solo pantallas, saltos y gestos para la galería.
Y es triste: la banda, en general, se encuentra en un estado de forma excelente, excluyendo a un Clarence Clemmons en quien el tiempo ha hecho demasiada mella. Todos los demás suenan como nunca, buen tempo en la mayoría de los temas, cierta espontaneidad y mucha contundencia en los momentos mas rabiosos (desafortunadamente, apenas vistos en esta gira, benditos Prove It All Night, Youngstown, Backstreets). Sin embargo, gran parte de los shows se gasta en esfuerzos inanes de complacer a la masa: cansinos temas de Tunnel Of Love (¿por qué no recuperar los mejores temas de ese album y no los mas comerciales?) pensados para las miraditas arrobadas con una Patti Scialfa recien regresada al circo para la gira española mezclados con exitazos 80's que poco han aportado al repertorio de la banda salvo ceros en la cuenta corriente.
Se rumorea que esta podría ser la última gira con la mítica banda: lo dudo. Habrá que sustituir a Clarence (quien de todas maneras hace ya muchos años que tiene un papel mas sentimental que real en la banda) y poco mas. Los demás están como nunca. Y el nombre de E Street Band siempre podrá meter en los bolsillos del americano unos cuantos mas de esos dólares que tanto le gustan, que duda cabe.
El público, sin embargo, goza de estos conciertos. Bruce sigue exhibiendo una forma física envidiable para alguien cercano a los 60 años y lo cierto es que hay muchos buenos momentos. Como dijo Monsieur Rotten a la salida del show de Madrid: "te tienes que rendir, no hay remedio"...y así es. Por más que salgas pensando que aquello podría haber sido realmente mágico y que se ha quedado en solo algunas partes muy buenas. Por una vez, Springsteen ha trasladado su show a estadios pensando en los recintos masivos y por fin hay unas buenas pantallas donde poder seguir el show decentemente.
Así mismo, quizá en un vano intento de transformar en una experiencia íntima aquello que no puede serlo por las dimensiones del acontecimiento, Bruce exagera sus estudiados gestos de complicidad con el público: se acerca, canta entre la gente de las primeras filas, se deja besar, estrechar la mano, acariciar por un público embelesado que idolatra al ídolo antes que al músico, que se pega (literalmente) por estar en la primera fila, que ofrece al dios a sus hijos (lamentables las imágenes de niños menores de 10 años arrastrados a las primeras filas por unos padres irresponsables deseosos de que el dios les dediqué un gesto, un saludo o quizá una canción). Sintomático de todo esto es la recogida de peticiones entre los carteles del público, muchas veces se interpreta un tema que ya estaba en el set list de todas maneras, pero poco importa. La pasión es así, no piensa, solo actua.
Y así se nos va una gira mas, siempre podría haber sido la última. Con un sabor agridulce, porque hemos visto algunas cosas muy buenas, pero también algunas muy mediocres. Los conciertos de Bruce ya han dejado de ser conciertos: todos esperamos actos supremos, trascendetales donde la diversión y la emoción se fundan en uno. Cosas que suceden casi todos los días en las salas de conciertos de cualquier ciudad, cosas que jamas suceden delante de 80.000 personas que apenas pueden ver ni escuchar.
Queremos a un Bruce de perfil bajo y tenemos al Bruce mas popular y populista de la historia, concentrando sus poderes en agradar y no en emocionar. Es lo que hay: recuerdo la interpretación de Waiting On A Sunny Day de Barcelona como el momento mas bajo de cuantos he visto en directo a esta banda, tan cercanos a la autoparodia que uno podía sentir directamente pena o verguenza ajena. Y también recuerdo, en ese mismo día, una intensisima Backstreets, que me llevó a las lágrimas, Bruce con los ojos cerrados gritando airado eso de "I hated you when you went away" y resumiendo parte de nuestras vidas con dos simples frases y gestos.
Y con esa imagen nos tenemos que quedar. A fuerza de vivir su estatus mitico, la estrella empieza a perder parte de su brillo. Entretenimiento y arte, dos fuerzas muchas veces enfrentadas, imposibles de mezclar. Riesgo y complaciencia, contudencia y diversión.
Nunca tanto supo a tan poco.
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