viernes, 12 de marzo de 2010

Mi Querido MD

Esta mañana, al despertar, hacia frío en mi casa. Siempre es igual. Eché un poco de leña al fuego ya casi apagado, pero no había manera de calentar la estancia. Así que me vestí lo más rápido que pude y tomé un vaso de aguardiente para entrar en calor.

A lo lejos, los sonidos del pueblo llegaban sofocados. Mi mujer, la Valen, se retorcía aún entre sueños en el camastro. A veces me siento a mirar como duerme: siempre se menea mucho y yo me pregunto qué es lo que verá en sus sueños. A lo mejor nada. Quizá sueñe con el Álvaro, muerto hace tantos años ya. Yo se que ella se acuerda de él a todas horas. A mi me fastidia que siempre lo tenga en la cabeza, pero me conformo, porque la Valen es una buena mujer y tampoco tengo derecho a quejarme.

Abrí la puerta de casa y el Sol empezaba a levantarse entre la niebla, pero hacía un frío de mil demonios. Estaba bonito el campo, con ese olor a húmedo y a oscuro de las mañanas invernales. Me gusta mirarlo desde la puerta de mi casa, ese campo que tanto nos da y tanto nos quita. La tierra dura que solo consigues cultivar a base de sangre y esfuerzo. Mi meseta.

Entonces, en ese mismo momento, lo he visto. Una figura enjuta y encorvada, paseando con la escopeta al hombro, camino de un día de caza. Como siempre, con sus gafas enormes (digo yo que si merece la pena leer tanto para acabar con esas gafas) y sus andares tan peculiares.

- Buen día, tío Miguel, esta mañana vamos de caza temprano - le he dicho yo al anciano.

El tío Miguel me mira como si yo no existiese, como si viese a través mío y un escalofrío me ha recorrido la espalda. Después, muy despacio, se ha dado la vuelta y se ha ido andando hasta perderse entre la niebla.

Y yo me he quedado con la sensación de que no lo volveremos a ver nunca más. Hay días de caza tristes que se alargan mucho mas de lo que nos gustaría. Y hoy debe ser uno de ellos.


In Memoriam, Miguel Delibes (1920-2010)

Cielo Vacio

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