Desde aquella tarde de verano no se repitieron las pesadillas. Simplemente seguí adelante con mi vida como si nunca hubiese visto mi sueño perturbado por terribles imágenes de sangre y odio. Así que olvidé el monstruo que llevaba dentro de mi y simplemente elegí una vida despreocupada y ociosa.
Me encontraba cómodo entre los que eran como yo, pequeñas bestias sangrientas disfrazadas de corderos, capaces de reir educadamente las pretendidas bromas intelectuales de sus pares. Y sin embargo, erán tan común ver venas hinchadas en las frentes de todas aquellas personas supuestamente tan sofisticadas. En esa época concluí que no todos los seres humanos somos iguales. Ni por asomo.
En este mundo existen ángeles, capaces tan solo de pensar en el bien ajeno y de disfrutar con la luz. Son gente inocente y dulce, amiga de sus amigos y con vida feliz. Pero también estamos los otros, atraídos por la oscuridad y que llevamos dentro ecos del animal sangriento que fuimos hace muchos años y que tal vez nunca dejó de estar dentro de nosotros.
Así que, despues de muchos meses de pretender ser lo que no era, acabe por creer yo mismo la impostura. Y así, así es como comienzan las catástrofes humanas.
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