Lo malo y lo bueno de Bob Dylan es que solo se le puede comparar consigo mismo. Sus shows no son equiparables ni con el despliegue físico de Springsteen, ni con la sobriedad de Tom Petty, ni con el efectismo de los Rolling ni con la locura de Tom Waits. Resultan eventos tan únicos e irrepetibles en sí mismos que inducen a la confusión. Al Dylan del siglo XXI le gusta pasearse por esa fina línea que separa lo genial de lo carituresco.
De esta manera, al terminar cada uno de los temas que componen una sesión de dos horas de música americana en el sentido mas amplio de la palabra, uno se queda preguntandose si lo que acaba de ver es una reinterpretación genial de Masters of War o mas bien una versión desganada de un artista viejo y cansado.Pero es con la distancia de los días cuando uno cae en la cuenta de que grande ha sido lo que ha visto. Se acuerda de lo deslumbrante que puede llegar a ser ver a un Larry Campbell machacando su instrumento. Recuerda ese redoble deslumbrante de Cold Irons Bound. Recuerda que Dylan arrasa cuando se arranca con un tema vocal tan complicado como Forever Young. Aun a pesar de ese graznido que le caracteriza y que en ocasiones da la sensación que llena todas las canciones. Dylan es tan diferente a todo que ha decidido ser diferente también a si mismo. Se reinventa en cada concierto, se crea y se destruye a velocidad tal que a otros no les da tiempo ni a darse cuenta. Es un excéntrico, tanto en su enigmatica manera de ser como en su pensamiento musical. Pasea por la frontera que divide lo sublime de lo adocenado. Y siempre, como un gato, cae del lado correcto.
Despues de 40 años, no hay ni un solo artista que arriesgue tanto y salga tan triunfante del empeño como este Dylan y su banda, siempre cambiante, siempre arriesgada, siempre improvisando. Es el eterno ave fenix, muriendo cada dos horas para renacer un día despues en algun lugar lejano, siempre buscando, siempre encontrando.
Cosas de genio, supongo.
suena: Bob Dylan - Not Dark Yet
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