Recuerdo aquella noche como si hubiese sido ayer mismo. Serían ya como las cinco de la mañana y supongo que habíamos hecho muchas mas cosas de las que nuestras frágiles y cuasiadolescentes saludes podían soportar. Y él y yo hablabamos, trabandonos en todas las palabras que tuviesen mas de dos sílabas. Extravagancias propias de dos pobrecitos soñadores encerrados en un mundo ficticio inventado por nosotros mismos, sueños de rock and roll muy lejos de nuestro alcance.
Yo con mi camisa sin mangas y él con su sempiterna cazadora de cuero, nos dejabamos llevar por el cuento que habíamos inventado para nosotros mismos, ese camino dorado que exigía que nos marchasemos al otro barrio con 27 años recien cumplidos. Daba lo mismo que fuesen drogas, alcohol o las balas plateadas de algun fan enloquecido: lo que importaba era morir joven y dejar un cadaver bonito a la edad que marca la estúpida mitología rockera de "live fast, die young". Y nos lo creíamos, os aseguro que nos lo creíamos. A los veinte años, parece que faltan mil años para llegar a los 30.
Unos meses despues, la vida nos separó. Él se marchó a otra ciudad, en pos de un futuro inventado, y yo me quedé donde estaba, buscando que mis días fuesen mucho mas cortos que mis noches. Y a fe mía que lo conseguí. Todos eran cortos y las noches largas, aunque no por los motivos correctos.
El otro día creo que me crucé con él en el suburbano que hace que mi ciudad de adopción tenga proporciones monstruosas. Iba vestido con corbata y llevaba un maletín negro, seguramente algún portátil dentro y un montón de estúpidas responsabilidades metidas dentro. Yo mas o menos estaba igual.
Esta mañana estaba pensando que al final lo conseguimos los dos: nos morimos con 27 años. Aunque nuestras imagenes no vayan a adornar jamás la habitación de algún adolescente soñador. Aunque nuestra música no haga jamás sentirse menos solo a algun alma de 20 años perdida en la bruma de los sueños.
suena: Tom Petty - Damaged By Love
No hay comentarios:
Publicar un comentario