Aun resuena su voz en mi cabeza: "me marcho, no creo que nos veamos mas, mucha suerte, adiós". Como una luz que se apaga, ella salió de mi vida y posiblemente nunca miró atrás. Lejos quedaron los momentos de pasión que fugazmente nos unieron durante algunos meses. Todas las preocupaciones, los vaivenes y los altibajos emocionales se transformaron en hielo y arena que ha caído por un reloj sin que por ello se haya marcado la mas mínima diferencia.
Así que yo seguí viviendo una extraña vida de noches de insomnio y días de sueño. Siempre me he sentido fuera de lugar en casi cualquier parte y mis periodos de vigilia y somnoliencia siguen esa pauta incómoda. Quería dormir todo el día y no podía descansar por las noches. Como les decía, mi vida se transformó en un reloj sin manecillas y sin fecha en el calendario. Durante varios meses simplemente me dejé acosar por los fantasmas del pasado, un pasado que no era mejor que el presente, pero que al menos poseía el valor de lo vivido y no la incertidumbre de lo que vendrá.
Un buen día alguien me habló de un artefacto extraño. Se instalaba detrás de la nevera y te permitía guardar tus fantasmas en la parte mas recóndita del congelador. Me gustó la idea y a los pocos días ya estaba congelando gran parte de mi vida. Envolvía mis congojas en papel de plata y las sepultaba lo mas profundo posible en las fauces blancas de mi refrigerador.
Pasaron meses y tuve que comprar mas aparatos refrigerantes, pues el volumen de los recuerdos que yo quería congelar crecía y crecía. Mis neveras eran el cuarto trastero de mis miserias. Ahí dejaba las cosas de las que me quería deshacer temporalmente, pero no me atrevía a tirar para siempre. Empecé con mi vida en común con las múltiples mujeres que pasaron por mis días sin dejar mas huellas que las de las bofetadas que quisieron darme. Seguí con mi frustrada vida de estudiante, con mis patéticos inicios en el mundo del baile, con las humillaciones que de pequeño sufrí en mi colegio. Pronto me acostumbré a llegar a casa y desembarazarme de cada pequeño suceso que hubiese podido ensombrecer mi día.
Vivía una vida de sosiego. Sabía que cualquier cosa que pasase tenía solución: llegar a casa, envolverla en papel de plata y congelarla para siempre. Era una sensación extraña, eso de poder librarte con tanta facilidad de lo incómodo. Me decía a mi mismo que eso que llaman vivir la vida debía ser otra cosa, pero no podía evitar la comodidad de librarme de manera tan sencilla de todo lo malo.
Esta mañana me levanté y mis neveras se había estropeado. Mis pensamientos y sentimientos, descongelados, chorreaban sangre y vísceras. Olía muy mal en mi apartamento, a lágrimas rancias y sensibilidades perdidas. He perdido toda una vida. Y no me importa.
Esta noche, compraré otra nevera.
suena: Terry Lee Hale - Level 20
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