Sin embargo, en las últimas semanas, me he enganchado a la serie A Dos Metros Bajo Tierra. Supongo que casi todos la conoceis al menos de oidas: el hilo argumental gira en torno a un desestructurada familia que regenta una funeraria. Bajo este pretexto, los creadores de la serie se las apañan para construir una reflexión sobre la vida tomando siempre como punto de partida una muerte. Algo que puede parecer tétrico, de hecho la intencionada asepsia del rodaje está aun mas encaminada a que la serie huela a formol....y aun asi, tan llena de vida.
Los personajes de Six Feet Under (título original) no son héroes, ni siquiera se parecen. Tampoco son estereotipos estudiados para satisfacer a una audiencia. Son personajes de carne y hueso, tan débiles como nosotros y que reaccionan como cualquiera de los que leeis este post. La novia asustada y disfuncional que se engancha al sexo ocasional, el simple hermano gay que demuestra ser tan complejo, el protagonista, Nate, tan seguro de si mismo y sin embargo capaz de ponerse a llorar en cualquier momento.
Y sobre todos ellos reina, de manera serena, una neurótica madre, asustada por estar sola, intentando recuperar una vida que la rehuye, llena de ilusión y de cansancio a la misma vez. Su encanto reside en sus contradicciones y sus súbitas salidas de tono Un personaje memorable, profundo, detallado y mimado como no he visto otro. Llena de matices: un verdadero decálogo de humanidad.
Todos estos elementos mas unas pizcas de humor negro generan un cóctel vivo de emociones y sobre todo muchas imágenes: es en la simbología donde está la fuerza de esta serie que demuestra que la televisión si puede ser de calidad, si puede ser arte.
Muy recomendable.
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