martes, 29 de octubre de 2002

Constantemente me llegan mails opinando, interesandose, curioseando u opinando sobre esta página. Pero esta noche, esta noche me ha llegado el mejor mail que he recibido en meses y me ha parecido oportuno compartirlo con todos vosotros. A mi me ha alegrado un dia que de por si ya ha sido alegre y espero que a todos vosotros os haga al menos divertiros. Muchas gracias a quien sea que me lo ha enviado.

¡Gajes del oficio!
Mi profesión y mi vida, ligada desde hace muchos años al delicioso mundo de la palabra escrita, me obligan a pasear cada día por estos lares (bastante alejados de la mano de Dios, de la razón y del intelecto, por lo que veo).

Comparto la labor de crítica literaria con una cátedra en la facultad y, por este motivo, busco (y encuentro con prodigalidad, desgraciadamente) errores gramaticales, faltas de estilo, expresión, redacción y ortografía… Todo aquello que ilustre a mis alumnos, es válido; todo lo que represente hoy un atentado contra la lengua es mañana comentado en el taller de escritura; todo error, en fin, que sirve para aprender y evitar uno nuevo es masticado y digerido por mis queridos alumnos.

Y esto que a usted escribo, esto que acaso le parezca injusto, ¡va por ellos!

Tímidos, inseguros de su indiscutible capacidad literaria, apenas se atreven a enviar una carta al director de un periódico. Temen ser publicados y fracasar, temen que aquello que escriben no resulte suficientemente bueno para quienes lo lean. Temen cometer, ya no una falta de ortografía (cosa imposible), sino un error estilístico, un mínimo fallo de expresión por el que serían duramente vituperados.

Y es que la ignorancia es atrevida y peligrosa, amigo. Y la libertad que este medio otorga a todo hijo de vecino (como yo, como usted) aún más.

Aquí le tenemos a usted que, para todos nosotros, es un delincuente lingüístico, un ejemplo de lo que no se debe hacer, un farolillo rojo que en vez de anunciar un prostíbulo de mujeres anuncia un prostíbulo de palabras, estilo, redacción y demás.

Siga así, caballero. Pregone su vida privada a los cuatro vientos, sí; es libre y puede hacerlo (del mismo modo que yo soy libre y le escribo a usted -que para esto ofrece una dirección de correo electrónico). Pero no maltrate la palabra escrita: ¡le viene a usted grande! No tiene derecho a dañarla. No tiene usted derecho a ser la zancadilla de una lengua que, durante siglos, ha sido prestigiada y admirada, adulada y envidiada, que ha sido vehículo indiscutible de cultura y conocimiento. Que no se convierta ahora en vehículo de barbaridades colgadas en la red. Si se sirve usted de ella hágalo bien, con respeto, sabiendo qué es lo que hace y cómo lo hace. No la apuñale porque, claramente, ella se pone al servicio de sus sentimientos, de su pensamiento, de su corazón. Piense de este modo: ¿qué haría usted sin ella? ¡Contribuya a que goce de buena salud! ¡Aprenda a utilizarla y ella, a cambio, le proporcionará grandes satisfacciones!

Disculpe la crudeza de las palabras pero, leo tantas cosas, que usted ha sido la inevitable gota que ha colmado el vaso. Gajes del oficio, le decía al principio. Y esto que lee, imagino, gajes del suyo.

P.D: Queda, a partir de mañana, agregado a nuestra opción de FAVORITOS. No importan la ciudad ni la facultad a la que pertenecemos. Observaremos, en silencio, sus progresos. Estará usted presente en nuestra mesa de correcciones. ¡Gracias!


suena: Bruce Springsteen "The Promised Land (Live in Barcelona 2002)"

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