Pasé el domingo solo, paseando por una ciudad que ya anticipa la llegada de la primavera. No podía evitar observar a todas las parejas que habían decidido salir a caminar al sol primaveral. Todos cogidos de la mano, hablando de todo y de nada, simplemente disfrutando del hecho de querer a una persona.
Y no os quiero engañar diciendo que no sentí envidia de algunos de ellos. Claro que si. Odio el hecho de que a mi se me haya negado poder disfrutar del aire puro mientras sostengo la mano de la persona a la que quiero(como me encantaba cuando me daba su manita y me la apretaba fuerte).
Asi que deambulé durante horas en solitario por la ciudad, sentandome a leer en algunos bancos al Sol, fumando y escuchando música. Observando a la gente y dejándome llevar por el azar.
Y de repente, antes de entrar al cine a última hora me di cuenta de que existía una extraña y particular dignidad en mi soledad. Una dignidad que emana de los recuerdos vívidos, de las memorias de felicidad. Una dignidad triste y solemne, meláncolica. Pero dignidad, al fin y al cabo.
Me sentí orgulloso por la noche cuando me metí en mi cama.
suena: Lucinda Williams - I Envy The Wind
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