Cuando estudiaba en Salamanca, viví una etapa de pulsión sexual desmedida. Es decir, necesitaba, deseaba y perseguía acostarme con todas las chicas que pudiese. En realidad, nunca me interesó demasiado el acto sexual en si, pero si es cierto (lo reconozco con cierta verguenza) que disfrutaba con fruición de la pequeña sensación de triunfo que supone ser capaz de seducir. Y además, recuerdo pasar extraordinarios momentos conversando con todas aquellas semidesconocidas en la penumbra de mi cochambrosa habitación de estudiante, desnudos ambos bajo las mantas.
Después crecí, algunos dirán que maduré y ya nunca fue igual. Quiero decir, siguieron apareciendo compañeras esporádicas de cama de tanto en tanto, pero ya no tenía el mismo instinto devorador, no sentía la misma urgencia, ni en mi mente ni en mi cuerpo. La vida era entonces mas apacible y un pelín mas aburrida.
Y esta mañana, paseando hacia la oficina, he pensado que despues de todo soy solo un chico solitario. Y probablamente nunca mas necesitaré gustar a los demás para gustarme a mi mismo.
Me gusta como soy. ¿Hay algo de malo en decirlo?
suena: Belle & Sebastian - Another Sunny Day
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