Salí de paseo por el centro de Madrid, quizá en busca de algo mas sencillo que quedarse en casa intentando no pensar en nada. Hacía sol, y era la hora de las sombras alargadas y las aceras recalentadas. Yo andaba despacio, mirando hacia arriba, me he fijado que solo miramos hacia arriba cuando andamos sin demasiada prisa y posiblemente cuando no vamos a ningun sitio concreto. Justamente lo que hacía yo aquella tarde de aceras alargadas y blah blah blah...en silencio.
Acabé en pleno barrio de Malasaña, desconocido casi para mi a la ya tenue luz del día. El popular barrio de día se transformaba en el monstruo de orines y jolgorio que llena muchas de mis noches, aun ahora, tanto tiempo despues.
Observé a todos los que andaban por allí. Chicas maquilladas con colores chillones que hablaban en voz alta para llamar la atención. Chicos duros mirandose de reojo en los escaparates para asegurar con un último golpe de vista esa pose rockera. Viejos murmurando en contra del gobierno ante la llegada una noche más del ruidoso alternativissssimo madrileño. Unos niños robaban chicles de una máquina expendedora estropeada y un viejo borracho vociferaba que conocía a Dios. Como si el barro pudiese transformarse en polvo de estrellas.
Y allí en medio estaba yo mismo, mezcla de todos y ninguno, dos palmos por encima del fragor, viendome desde lejos...y por supuesto, claro que si, también echaba miradas de reojo a los escaparates. Me ví allí, solo, solo, siempre solo. Mis días solo: los elegía, los adoraba.
Y quería llegar al corazón de esa cosa extraña que nos rodea a todos y nos rellena de lágrimas. Pero mis piernas se negaban a responder, mala compañía son unas piernas si no se quieren mover cuando tienes que matar a un corazón a mordiscos, y más si tal corazón hace que viva un ser que solo sopla lágrimas, aquí y allí.
Entonces una moto me despertó de mi ensoñación con su estruendo de metal y volví a ver las cosas tal y como eran: tan solo un barrio del centro de Madrid cambiando el oro del día por el amianto de la noche. Tantas cosas que quemar y muy pocas cerillas. Un frutero cerraba su negocio y una manzana se deslizaba saltando de adoquín en adoquín, calle abajo..
Hey babe, take a walk on the wild side....
suena:Lou Reed - Walk On The Wild Side
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