En alguna parte, no sabría decir donde, enterrado debajo de mucha, muchísima tierra, hay un sobre que contiene un trozo de mi lengua. No sé como fué a parar allí, no fuí yo quien lo puso. Pero a veces, cuando escucho música, me palpo la lengua y los dientes, y noto el trozo de que me falta y que está enterrado en algún sitio.
Como consecuencia de haber perdido ese trozo de lengua, hay determinadas cosas de las que no puedo hablar. No son demasiado importantes, pero simplemente no puedo hablar de ellas. Y pensaríais que al menos si podré escribir sobre ello. No es así. Mi trozo de lengua perdido no me lo permite. La notó palpitar, allí debajo, semipurulenta, cuando determinados pensamientos se cruzan por mi cabeza. Así que nunca saldrán de mi tales pensamientos sobre determinadas cosas. Que son insignificantes, puede, pero no deja de ser una injusticia que yo sea el único ser humano que no puede hablar de ellas.
Hasta anoche. Cerca del Parque de Berlín, un perro escarbaba afanoso en el suelo, un hoyo profundo. Le ví huir tras desenterrar algo blanco. Me acerqué a mirar: era un sobre. Blanco. Sucio. Había algo dentro. No me atreví a abrirlo. Me dió miedo que fuese un trozo de lengua de alguién. O mucho peor: mi propio trozo, tantos años sepultado en las tinieblas. Me llevé el sobre y lo tiré a una papelera, mas que nada por evitar que volviese el perro y se comiese aquello que había dentro.
Creo que esta noche alguién ha entrado en mi casa y me ha estado mirando mientras dormía. He sentido su respiración pesada y caliente en medio de mi sueño. Pero al abrir los ojos no estaba mas que yo, como siempre.
Como siempre. Nadie mas que yo.
suena: Lucinda Williams - Overtime
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