El domingo pasado, leía un interesante artículo en El País sobre el cuento de Caperucita Roja. Entre otras revelaciones, se decía allí que el cuento clásico de Perrault tenía un final muy diferente que el del cuento que todos conocemos: en él Caperucita, la inocente niña era devorada por el avieso lobo. No había leñador valiente que salva in extremis a la pobre infante.
Pues algo así es lo que nos propone Eastwood en su última película. La verdad es que me acercaba al cine con pocas esperanzas de ver otro ejercicio de genio, sobre todo porque había leido críticas mas bien frías. La realidad es muy diferente: Banderas de Nuestros Padres es un escalofriante y genial relato sobre los lobos que se comen a los inocentes. La patética historia de unos cuantos y simples soldados que se transforman aun en contra de su voluntad en la encarnación de una heroicidad que no existe en ninguna guerra sirve a Eastwood para trazar una calculada y emocionante historia sobre el deber, la cobardía y sobre todo las mentiras oficiales. No hay ni rastro de emoción bélica en el filme, solo un doloroso alegato en contra de todo lo que supone una guerra.
Eastwood es el último clásico vivo de Hollywood, un artesano contador de historias que no entiende de dobles sentidos ni de sugerencias. Su cine te atrapa, las historias se cuentan ellas solas y en ello radica su tremenda capacidad para emocionar. Sin trucos ni artificios, el americano nos lleva de la mano por los senderos de la sinrazón.
Quizá es pronto para decirlo, sobre todo cuando aun está pendiente el estreno de Cartas de Iwo Jima, el reverso japones de la historia, pero sin duda estamos ya ante una de las películas del año. Mucho mejor que Million Dolar Baby, este es un filme sin lugar a dudas absolutamente necesario.
suena: Willie Nelson - Hallelujah
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